Si hubiera sabido lo difícil que es emprender, probablemente hubiera seguido el camino de artista.
No hubiera sido fácil, pues siempre cargué la cruz de ser diseñadora además de artista… y por eso nunca me tomaron en serio. Mis profesores artistas me categorizaban de ser “muy comercial”, cosa que jamás entendí como algo negativo pero ellos claramente sí. Mis compañeros me miraban como si no perteneciera, y así también me sentía yo. Nunca sentí que fuera realmente parte del mundo del arte, sabía que quería vender mi obra, que no iba vivir de amor al arte únicamente y que necesitaba encontrar una manera de volver mi carrera rentable. Tampoco sentía que pertenecía al mundo del diseño. Peleé con la mitad de la facultad, critiqué buena parte del programa y me gané un par de personajes que no me querían. Nunca entendí porqué pocos peleaban como yo, y la mayoría prefería quejarse en secreto.
Los que me conocen de esa época probablemente se acuerdan que me quejaba de todo… y que la adolescencia insoportable me duró casi hasta los 25. A ellos, perdón por ser una rebelde sin causa… la causa existía pero en ese momento no sabía cuál era.
Hoy, casi cinco años después de graduarme y emprender, veo claramente que no pertenecía a ninguno de los dos mundos. No podía ser artista porque quería producir cosas que se vendieran, cosa que la academia condena. No podía ser sólo diseñadora porque me apasionaba el arte, el periodismo. Pelear y escribir. Entiendo hoy que esas ganas de pelear contra lo que ya está establecido son lo que nos une a la mayoría de emprendedores. Las ganas de cambiar el mundo, de tener la razón, de hacer las cosas que nos apasionan aunque no sean el camino fácil… de remar contra la corriente porque las ganas de lograr lo que queremos son más grandes que los miedos a los que nos enfrentamos. Entendí que mi rebeldía sí tiene causa y esa causa es cambiar la forma de hacer las cosas.
Agradezco el momento en que decidí sin decidir que quería emprender. Porque creo que sólo me di cuenta que estaba emprendiendo cuando ya estaba montada en esta montaña rusa de responsabilidades. De haber sabido que iba a vivir pensando en trabajo, que aún de vacaciones estaría pensando en mis clientes, proyectos, oficina o staff… que me iba a soñar con mi empresa (literalmente) todas las noches, que sufriría por números, que aprendería a los totazos de administración, que ser jefe es el trabajo más difícil y retador y que nunca estaría completamente satisfecha, me hubiera muerto del susto y no hubiera empezado.
Menos mal nadie me avisó, y gracias a eso hoy LAVALENTINA existe, y aunque a veces entre en pánico no me veo haciendo algo distinto.